Este álbum de 1967 suele ser automáticamente descalificado como un mal intento por emular al Sgt. Pepper’s beatle; pero para nosotros, detrás de esta idea generalizada, vaga y no del todo cierta, se esconde una gran injusticia que contribuye a velar la faceta pop de los Stones, tan rica y tan infravalorada aún hoy. Basta con parar la oreja durante un rato con la colección de singles The London Years para comprobar la gran facilidad de los Rolling para facturar canciones de estructuras menos rígidas, más ricas, ingeniosas y en sintonía con la coyuntura sesentista que las del puro blues y rock and roll que les diera la razón de ser.
Swinging London, colorido, happenings, liberación, Blow up de Michelangelo Antonioni. En épocas en las que la experimentación parecía ser la norma, los “chicos malos” no quisieron perder el tren y, en el gran año psicodélico de la historia del rock, arrojaron en las bateas un álbum como mucho inspirado en el éxito de la aventura de sus rivales; ya que, musicalmente, fuera de la imitación, lo que registra no constituiría más que una expansión de horizontes ya ensayados en Between The Buttons (1967), solo que llevados al extremo y bañados de vaya uno a saber qué sustancias, vivencias, aprendizajes místicos. Dicho de otro modo, aquella comparación con la gran obra de los Beatles podrá haber tenido algún sentido en su momento, pero cuatro décadas después, la verdad, casi que no deja de sonar a facilismo… recordemos que el disco —en pleno siglo XXI— sigue representando un desafío para todo fan que se precie de tal.
Como en tantos otros discos del momento, en Their Satanic Majesties Request el quinteto recurre a una instrumentación variada y a estrafalarios trucos de estudio a la hora dar rienda suelta a sus nuevos delirios. En ese sentido se destacan el arrebato sónico de “Citadel” —totalmente adelantado a las sonoridades que explorará la nueva psicodelia de los ’80 y ’90— y, del mismo modo, “In Another Land”, cuyo desarrollo evoca un estado de ensoñación marítimo reforzado por un trémolo que hace burbujear la voz de Bill Wyman. Como dato de color, esta página deudora de Los viajes de Gulliver será la única pieza de todo el repertorio Stone compuesta y vocalizada por su bajista histórico.
En la misma línea de pop lisérgico se agrupan “The Lantern”, “Gomper” (de tintes orientaloides) y la sideral “2000 Light Years From Home”, donde a pura pincelada de Mellotron persisten estos Stones desconocidos para el
gran público, habituado a crudos guitarrazos y a los gestos huraños que se destacaban en los posters de jóvenes de todo Occidente. Asimismo, el imaginario futurista de ciencia ficción persiste en el country
eléctrico de “2000 Man”, que KISS convertirá en éxito una década después.
Como era de esperar en un álbum de estas características, ambas caras se reservan extensos momentos de desvaríos improvisados. Los amigos Lennon y McCartney aportan en el coro de “Sing This All Together” (“Abran la cabeza y dejen que las imágenes lleguen”), excéntrica apertura que, dentro de toda su insanía tribal, conserva un mínimo de orden en comparación con su reprise extendida “Sing This All Together (See What Happens)”, cuyo final irrumpe justo en el límite de lo soportable. Empero, tras una pequeña muestra de cintas empalmadas y un fantasmal Theremin, que amenaza con continuar la locura ad eternum, aparece “She’s a Rainbow” para sacar el barco a flote, nada menos que una de las melodías más bellas generadas por los Stones en su larga carrera. Allí unos finos arreglos de cuerdas (comandados por el futuro bajista de Led Zeppelin, John Paul Jones) se retroalimentan con coros country, un estribillo demoledor y todo el colorido posible que Mick Jagger fue capaz de plasmar en sus buenas y a menudo subestimadas líricas.
Sobre el final, y al igual que en los trabajos de numerosos colegas, el conjunto incurre en cierto exotismo imperial al incluir la canción tradicional paraguaya “Pájaro Campana” como leitmotiv de “On With The Show”. Esta clausura a medio camino entre el teatro de variedades y el circo no haría más que reforzar el carácter de disco maldito que Their Satanic cargará al menos hasta la década del noventa, cuando grupos como Primal Scream y toda la nueva psicodelia inglesa inclinara la balanza del amor y el rescate por sobre la del odio y el olvido al que el disco parecía condenado desde su aparición.
Rechazo que comenzó, en realidad, en el interior del grupo mismo. No es complicado, de hecho, rastrear la propia opinión (negativa) de los Stones sobre esta obra —sobre todo la de Keith Richards—, sin embargo, el quinteto fue rápido de reflejos: una sola pasada al excelente sucesor, Beggars Banquet, sumado al single “Jumpin' Jack Flash”, alcanza y sobra para comprobar que era ahí donde los Rolling lograban hallarse con lo que realmente ellos sentían que sabían hacer bien, donde se hizo carne el espíritu de vuelta a las raíces extendido entre los colegas, una vez pasado y pisado todo el mambo del verano del amor.
Como John Wesley Harding de Bob Dylan, como el White Album de los Beatles, o Sweetheart of the Rodeo de los Byrds —por poner unos ejemplos—, tanto Banquet como Let it Bleed (1969), y circunstancias penosas como el alejamiento y posterior muerte de Brian Jones, indicaban que allí no había mucho lugar para transiciones ordenadas. Se venían tiempos “duros”. Era hora de que otros agarraran el guante y de que cada uno volviese a donde pertenecía.
Links:
The Rolling Stones - Aftermath (1966)
Jefferson Airplane - After Bathing At Baxter's (1967)
Primal Scream - Vanishing Point (1997)
The Rolling Stones - Aftermath (1966)
Jefferson Airplane - After Bathing At Baxter's (1967)
Primal Scream - Vanishing Point (1997)