lunes, 26 de noviembre de 2018

Tres días de humo y música: el fiasco del 3 Day Rock Festival (Estadio Ferrocarril Oeste, mayo de 1996)

Revista Pelo, nro. 489, 1996



Para decirlo en unas pocas palabras, la década del noventa en la Argentina fue un período en el que así como podías comprarte la última tecnología a buen precio y pegarte un buen viaje al exterior, también era posible que al regreso, valija en mano, te encontraras con que te habías quedado sin laburo. Y peor aún: al momento de la búsqueda de un nuevo sustento para comer y pagar las deudas, podías darte cuenta de que las reglas del juego habían cambiado mágicamente en favor de una tecnocracia salvaje demasiado interesada en una nueva juventud flexible. Sí, el país finalmente había entrado en la modernidad tirando dólares a la calle, pero a costa de la venta del patrimonio del Estado y del desmantelamiento de la industria traducido en un violento proceso de pauperización de las clases trabajadoras. 

Sin embargo, sería necio omitir que ese turbio clima de “lluvia de inversiones” tuvo su parte buena en el campo musical, que implicó, entre otras cosas, una inédita afluencia de artistas extranjeros y una también inédita puesta al día con las ediciones discográficas. En otros términos, no sólo los flamantes discos se editaban en simultáneo, sino que había grandes posibilidades de que las bandas vinieran a presentarlos aquí mismo, en la lejana y caótica Buenos Aires. Mientras tanto, con los avances en las comunicaciones y una incipiente Internet, la información llegaba cada vez más rápido y en mayor cantidad, al tiempo que, desde Miami, la versión latina de MTV operaba un fino trabajo de orientación de los gustos en favor de un rock “alternativo” ya convertido en norma, pasteurizado, apto para consumo masivo, sobre todo a partir de la trágica muerte de Kurt Cobain

En ese contexto, y a solo un año del debut de los Rolling Stones en Sudamérica —en lo que significó quizás el pico de lo que se podía esperar en términos de shows internacionales—, ocurrió algo que hoy, veinte años después, permanece muy cómodo en lo alto del ranking de las grandes estafas perpetradas en la historia del espectáculo rockero argentino: el anuncio, fracaso y cancelación del 3 Day Rock Festival, a realizarse en Ferro los días 24, 25 y 26 de mayo de 1996. Tres días de paz y música en los que se presentaría un ejército de bandas extranjeras emergentes, todas absolutamente desconocidas, más un puñado de locales en ascenso. Eran épocas de consumo febril, en las que todo lo que dijera “americano” o “internacional” constituía un potencial foco de atracción para bolastristes con unos cuantos pesos/dólares en el bolsillo; de manera que la lectura espaciotemporal proyectada por el oscuro promotor estadounidense Eric Carlo en ese inicio del ’96, parecía sobradora y oportunista pero no tan descabellada. 

Así, con el reluciente afiche bajo el brazo, Carlo, su secretaria argentina y una traductora se pasaron el primer trimestre del año asomando por cuanta redacción o estación de radio orientada al rock apareciera en la guía telefónica, ofreciendo un combo “irresistible”: nueve bandas americanas (incluyendo tres top underground U.S.A.), cinco jóvenes luminarias argentinas (2 Minutos, Los 7 Delfines, Peligrosos Gorriones, Juana La Loca y Parte del Asunto) y un precio promocional ($20 el campo para los tres días). Eso no podía fallar. O sí: las semanas volaban, la fecha se acercaba y Carlo y compañía sólo habían logrado cosechar un puñado de acuerdos de mutuo beneficio sellados a regañadientes, muchas miradas desconfiadas y, lo peor de todo, apenas unas pocas decenas de tickets vendidos. En rigor, el problema de fondo era que no sólo nadie sabía quién carajo era ese gringo atorrante que quería alquilar Ferro por un fin de semana entero y patear el tablero en el juego de la promoción de espectáculos musicales, sino que tampoco nadie tenía la más mínima pista de los artistas que desfilarían por el escenario de Caballito el siguiente otoño.

En tal sentido, Frank Blumetti, por entonces secretario de redacción de la revista Madhouse, que figuraba como uno de los auspiciantes del evento, recuerda: “Nuestro auspicio fue un canje publicitario, es decir, sin dinero de por medio para ninguna de las partes. Nos olía medio raro todo porque las bandas eran aún más desconocidas y fantasmonas que el cartel del Lollapalooza 2019, lo cual es muchísimo decir. Tampoco tuvimos mucho contacto con los supuestos organizadores, a decir verdad, y eran épocas donde la internet estaba pero aún no se usaba tan comúnmente como ahora para contactar bandas o chequear data”. 

Asimismo, Carlos Pelazzo, ex productor y operador de Radio La Tribu, refuerza todo el halo sospechoso que recubría al acontecimiento: “Un día me invitaron a la oficina de un productor que estaba organizando un festival. El tipo hablaba en inglés y tenía a alguien que le traducía. Me da un demo en cassette con lo que resultó ser un montón de bandas desconocidas, musicalmente muy malas, todas subidas al caballo del grunge. Entonces agarré el demo, fui al programa que yo producía y le dije al conductor, «mirá, a esto destrozalo, decí que es un desastre», así que medio que lo arruiné al aire. En esos días se comentó también que iba a cerrar Charly García”.

Suplemento Sí, Clarín, mayo de 1996.
Nótese, a la derecha, el epígrafe "Los prontuarios". ¿Profecía autocumplida?


Lo cual era estrictamente cierto. A medida que corría el calendario la organización se desmoronaba y los puntos de venta (el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras, la cadena de disquerías Temas, y el propio bunker de la productora en el centro porteño) reportaban movimientos mínimos o nulos, lo que aceleró la activación de un plan de emergencia que incluyó una carrera inverosímil de descuentos y el anuncio “oficial” de un Charly García ya metido hasta el cuello en uno de los períodos más nebulosos de su biografía. 

Pero nada de eso salvó la integridad del 3 Day Rock Festival y, entre el cartel insignificante, el abierto desdén de la prensa y las ventas desastrosas, unos pocos días antes de su realización, Eric Carlo y su pequeño equipo de American Rock Ltd. literalmente desaparecieron del mapa, dejando como únicos rastros una deuda con el Club Ferrocarril Oeste por el alquiler del estadio, cheques sin fondos para las bandas argentinas y una oficina vacía en la calle Uruguay al 800. Amén de que los integrantes de Baby Alive, Brutal DLX, Eastgate o Mark Mason Band, si de verdad existían, jamás se deben enterado de que existía la posibilidad de presentarse en estas latitudes.

“El carácter trucho del evento no se le pasó por alto a nadie, por eso cuando se suspendió no fue la gran sorpresa”, dice Blumetti. “Nosotros habíamos hecho alguna que otra nota, si mal no recuerdo, pero más con espíritu de dejar en claro que éramos meros auspiciantes y no organizadores del evento. Al tipo apenas lo recuerdo, para ser franco. Como siempre, en aquella redacción yo estaba más preocupado por hacer que todos trabajaran y la revista saliera en fecha y sin errores, así que no tenía mucho tiempo para estos personajes”. 

Suplemento Sí, Clarín, mayo de 1996

Pelazzo coincide y entre risas admite que aportó su grano de arena para que esa cosa finalmente no se produjera: “Era muy oscuro; las bandas, terribles, no las conocían ni siquiera allá. Cuando me enteré de la cancelación me pareció una obviedad, pero igual me sentí medio culpable porque me había paseado por todos los programas de La Tribu destrozando al tipo este y a su festival. Bah, en realidad me sentí culpable por Charly. Después se dijo que el chabón hizo lo mismo en Paraguay, pero en verdad no supimos más nada”.

Lo cierto es que el 3 Day Rock Festival quedó en la (des)memoria como uno de los grandes fiascos de la historia del rock en argentina, una estafa que quizás no lo fue en virtud de las pérdidas, sino en tanto lisa y llana subestimación de un público argentino que para mediados de los noventa ya estaba bien acostumbrado a la posibilidad de ver a sus ídolos cara a cara y que no necesitaba tantos espejitos de colores, ni mucho menos un batallón de perfectos desconocidos tan solo portadores de una nacionalidad. O tal vez sí, pero al menos presentados con un poco más de dignidad.


Revista Madhouse, nro. 66, 1996



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