viernes, 2 de noviembre de 2018

William Basinski — The Disintegration Loops III (2003)



Seguramente alguna vez te preguntaste cómo reaccionarías si ocurriese algo repentino, grande, algo que quiebre ese tenso continuum cotidiano, pero no solo a vos, sino a todas y a cada una de las personas que habitan tu misma ciudad, región, país, o por qué no, al planeta entero. Algo como una gran nube de gas tóxico, una peste incontrolable, un apocalipsis zombie, una invasión alienígena, un ataque terrorista a gran escala. Algo así. Bueno, capaz que nunca te lo preguntaste, pero si no lo hiciste, creo que sería un buen ejercicio de imaginación. Lo recomiendo mucho.

Yo pienso que en casos así el común de los mortales —así lo ha demostrado The Walking Dead— optaría primero por sobrevivir, y luego, eventualmente y en el mejor de los casos, reacomodar su sacudida rutina de la manera más parecida a como era antes; esa sería la parte lógica, la aplicación práctica de los restos del deseo de vivir puestos al servicio de recuperar una parte de lo que éramos. Y también pienso que los artistas lo harían a su modo: es decir, llevando la alteración del orden a lo estético. Algunos lo harían a la manera de Paul McCartney —a quien en este espacio amamos y respetamos— como cuando, un día después del atentado del 11S, aullara delante del cuerpo de bomberos y policías de Nueva York un oportuno, chato y poco feliz alegato de defensa de la libertad, gesto del cual no tardaría mucho en arrepentirse. Otros lo harían de forma un poco más interesante. Se me viene a la mente Murray Street de Sonic Youth (2002), relacionado con el mismo acontecimiento, donde el combo neoyorkino hace de su arsenal disonante un ejercicio que se parece mucho a la limpieza del hogar luego de un saqueo.

En ese mismo septiembre de 2001, el compositor de formación clásica William Basinski —nacido en Houston en 1958— de pronto se vio en la terraza rodeado de sus vecinos, observando aterrorizados las columnas de humo y cenizas que provenían del World Trade Center y que caían sobre toda la ciudad de Nueva York con la implacable seguridad de los grandes antes y después de la Historia. Días antes de eso, Basinski, un ferviente admirador de vanguardistas como John Cage, Steve Reich y Brian Eno, había estado revisando viejos cassettes que contenían horas y horas de experimentos basados en repeticiones, loops y pequeñas melodías circulares de sintetizador analógico, hasta que descubrió consternado que, en el proceso de su reproducción en un aparato más moderno, la cinta magnetofónica registrada veinte años antes se deformaba, se estiraba, se deshacía al punto de provocar variaciones caprichosas, arbitrarias; el sonido, asimismo, se volvía progresivamente opaco, apagado. Semejante efecto lo perturbó. Eso significaba algo, algo importante. Y como si se hubiese orquestado una conexión cósmica, un (des)afortunado milagro, mientras digitalizaba y documentaba en una nueva cinta el proceso de descomposición sonora, el día 11 de aquel mes dos aviones se estrellaron contra los edificios emblema, a lo que Basinski reaccionó subiendo al techo con el equipo y los parlantes, y dando play. Hasta instaló una cámara fija apuntando a la humareda. Su obra maestra era una realidad. 

El primer volumen de The Disintegration Loops vio la luz en 2002, y las aceitadas conexiones del músico con el mundo del arte le dieron el tiempo y el espacio suficiente como para convertir esas intervenciones en verdaderos clásicos del ambient moderno. Al punto que por varios años más, cada aniversario del atentado sería conmemorado con una nueva entrega de canciones sin comienzo ni fin, casi invariables, misteriosas como una zona abisal.

De todas ellas es el volumen III es el que me interesa rescatar aquí. Basinski llega en esa edición al extremo de incluir una cinta literalmente desintegrada (“dlp 4”), aquella que tras algunos minutos de “normalidad” comienza a exhibir accidentes, pozos, roturas, interrupciones que avanzan conforme transcurre la pieza y van ganando el espacio paulatina pero inexorablemente, como un meteoro deshaciéndose en la atmósfera a cámara súper lenta, hasta que finalmente se impone un hilito de música cada vez más espaciado y luego... el silencio. El silencio y la negrura total. Al menos hasta que comienza “dlp 5”, cuya planicie introspectiva se extiende por cincuenta minutos; una verdadera eternidad en estos tiempos de bombardeo de estímulos, de griterío, de demolición de la privacidad, de opiniones que nadie pidió. 

Ahora bien, volviendo a lo que decía en el primer párrafo de este comentario, sinceramente, no tengo la menor idea de qué haría ante un hecho disruptivo como los que postulé, pero lo que sí puedo arriesgar es que aquella tragedia de impacto mundial le dio pie al prolífico Basinski para facturar las obras más destacadas de una larga carrera cimentada en una música fuera de tiempo, desconcertante, absolutamente inadecuada y revulsiva por todo lo que dice sin decir absolutamente nada. La banda sonora ideal para poner en altoparlantes el día que no quede nadie para escucharla o, parafraseando a Ray Bradbury, en la última noche del mundo. Que, a como van las cosas, podría ser en cualquier momento.


Links: 
William Basinski — The Disintegration Loops IV (2004)
William Basinski — Selva Oscura (2018)
Stars Of The Lid — The Tired Sounds of Stars of the Lid (2001)




2 comentarios:

Unknown dijo...

muy buena review! Debería haber una banda que toque dpl 5 en vivo

Centrofovar dijo...

Yo creo que BARCHI es capaz de tocarla.