jueves, 8 de marzo de 2018

Édith Piaf – A L’Olympia 1961 (1961)



A más de un siglo de su nacimiento y más de medio de su muerte, Édith Piaf continúa provocando escalofríos en todo el globo, no solo por su vozarrón indescriptible, sino también por la asociación de sus dotes vocales con una dramática historia de vida que la llevara de la pobreza absoluta a un estrellato con toda la opulencia y los excesos que ello suele implicar, factores que hicieron mella en un cuerpo frágil por default.

Édith Giovanna Gassion, hija de una cancionista ambulante, nació en plena calle el 15 de diciembre de 1915, en Paris, y desde esa primera madrugada tuvo que enfrentar los aspectos más horribles de la vida carenciada, como el abandono, el nomadismo y la falta total de perspectivas. Sin embargo, aunque a los golpes, cada uno de esos capítulos fue apuntalando a la futura estrella al punto que es imposible hacerse un cuadro de su brillante carrera sin anclar en los recorridos errantes junto a su padre acróbata, en su estancia en el burdel que regenteaba su abuela materna –donde le enseñaron a cantar– o, ya jovencita, en sus actuaciones callejeras, que llamaron la atención de gente con poder en el mundo de la noche.

En unos pocos años, de la mano de su registro potente y calculado histrionismo, más un nutrido repertorio de chansons de pura tradición de cabaret, el ascenso de Piaf (así la había bautizado su descubridor, Louis Leplée) cosechó el reconocimiento de parte de grandes colegas como Marlene Dietrich, además de un resonante éxito en los Estados Unidos y el resto del mundo. Sin embargo, en el camino la pequeña Edith iba dejando pedazos de su salud, que se deterioraba cada vez más en función de sus hábitos y accidentes, al punto que, para fines de 1960 y con solo 45 años, nadie creía que cumpliría con el compromiso pautado en el teatro Olympia de Paris para después de la Navidad; de hecho, un público expectante colmó la sala bajo la creencia de que el Gorrión moriría ahí mismo en sus narices.

Naturalmente eso no ocurrió, e inclusive la función desplegó una belleza imbatible habida cuenta de su delicado estado psicofísico y del interrogante de si aquella presentación sería la última (no lo fue). Así, las canciones registradas que llegaron a este álbum en vivo aparecido al año siguiente, capturan a una audiencia extasiada ante una Piaf que ofrenda lo mejor de sí dentro de sus limitadas posibilidades, lo que convierte a esta obra en un documento de valor inapreciable. Allí la cantante resplandece tanto en melodías vivaces como “Les flonsflons du bal” y “Mon vieux Lucien” (con falso comienzo incluido) como en las melancólicas “Mon Dieu” y “La belle histoire d’amour”, mientras la orquesta de Jacques Lesage la sostiene como un preciso mecanismo de relojería. Sin embargo, es en el clásico absoluto “Non, je ne regrette rien” donde Piaf escupe sus principios como quien sabe que el tiempo se agota. “No, yo no lamento nada. Ni el bien que me hicieron, ni el mal: todo eso me da igual”, dice la artista en el single editado 1959, y de ahí a la eternidad había un solo paso.

Su vida finalmente se apagó en 1963, empero, seis décadas después, no solo sus canciones acumulan una cantidad abrumadora de reproducciones en Spotify, sino que varios de sus discos y compilaciones (incluso esta) fueron sumados al boom de reediciones y lanzados en vinilo de 180 gramos, lo que habla de una nueva demanda de un público joven ávido por revivir por unos instantes a las más grandes personalidades del problemático y febril siglo XX, como la Môme Piaf.

Links: 
Édith Piaf – A L’Olympia 1956 (1956) 
Barbara – Barbara a L’écluse (1959) 
Jacques Brel – J’arrive (vol. 12) (1968)



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