jueves, 1 de marzo de 2018

The Police – Ghost in the Machine (1981)



Cuando The Police se encerró en junio de 1981 a grabar su cuarto álbum, ya había alcanzado lo que toda banda sueña mientras transpira en sótanos mohosos: gloria artística, reconocimiento de la prensa, giras transoceánicas y ganancias siderales. Y el panorama que trazaba la hoja de ruta no era menos idílico: una isla en el Caribe (Montserrat), bungalows para cada miembro del staff, más seis semanas disponibles en un estudio insular para hacer lo que se les cantara, anticipaban un período feliz para el celebrado trío, cuyas arcas se acrecentaban día a día. Nada podía salir mal, salvo que estallaran las tensiones siempre latentes entre Sting, Andy Summers y Stewart Copeland, que los términos de la producción adquiriesen una unilateralidad aún mayor en favor del rubio líder, o que alguno de ellos simplemente se derrumbara.

El problema es que en la concepción de Ghost in the Machine ocurrió todo eso junto, ante la mirada del productor Hugh Padgham, quien poco pudo hacer como árbitro en una batalla por el poder que el vocalista ya tenía ganada de antemano. Dicho de otro modo, a esa altura, las cosas se hacían a la manera de Sting o no se hacían. De manera que tanto Summers como Copeland tuvieron que soportar, no sin dar pelea, un abierto desdén por sus composiciones, la imposición de un tecladista invitado, la conversión del jefe en una sección unipersonal de vientos y unas maquetas que ensombrecían el horizonte de reggae blanco + new wave pavimentado en los álbumes anteriores. El resultado fue el disco más oscuro e infravalorado de la corta carrera del grupo, dotado de una lírica pesimista y una portada que por primera vez no reflejaba los rostros reales del trío, sino su versión de display digital sobre un fondo negro.

A tono con esas premisas, el álbum abría con “Spirits in the Material World”, un fino reggae que exponía las nuevas bases y condiciones: teclados al frente, las guitarras atrás, la base contenida. En aquel track inaugural Sting denunciaba su falta de fe en las soluciones políticas a los problemas de la humanidad, al tiempo que enterraba al guitarrista en una densa nube sintetizada, truco que replicó en la más alegre “Every Little Thing She Does is Magic” y en la antibélica “Invisible Sun”, cuyo clima aplastante se abría en un estribillo que dejaba entrever un halo de luz (“Tiene que haber un sol invisible / que nos dé esperanza cuando el día se termine”).

Tras ello, el lado A cerraba con “Hungry for You (J’aurais tojours faim de toi)”, vocalizada en francés, y “Demolition Man”, una especie de blues anfetamínico que Sting rescataría una década después para la horrible película del mismo nombre protagonizada por Stallone. Allí la cruda fuerza del grupo logra emerger de la meseta, más allá de que Andy Summers necesitara un equipo de buceo para rastrear sus aportaciones; de hecho, tras seis minutos de batalla, el track se evapora con el ex-Animals luchando cuerpo a cuerpo contra una humareda de saxos sobregrabados y a duras penas logra rescatar un empate.

Las cosas no mejoran en el lado B para un Summers severamente bajoneado por problemas personales y el espeso clima laboral. Su composición “Omegaman” logró colarse en la lista definitiva e incluso la compañía A&M lo barajó como primer single en virtud de su estructura ágil y contagiosa, pero el bajista se negó y arrojó la canción por la escalera: el público tendría que esperar el desarrollo de “Too Much Information”, “Re-humanise Yourself” y el jamaiquino “One World (Not Three)” para llegar a aquel potencial éxito anclado en la mitad de la segunda cara, allí donde no todo el mundo llegaba en la época del vinilo.

Sobre el final del álbum, sorpresivamente es Copeland quien termina dando la nota más lúcida y de la forma más sencilla. Tras el relleno climático de “Secret Journey”, el baterista escribió en “Darkness” –mientras pugnaba con sus compañeros, detrás de la consola, por sonar un poco más alto que el otro– que “la vida era más fácil cuando era aburrida”. ¡Por el amor de Alá, se trataba de alguien que tenía el mundo a sus pies! No hace falta, en efecto, un gran cociente intelectual para inferir que el tortuoso refinamiento que despliega Ghost in the Machine no podía desembocar en otra cosa que en la estilización obsesiva de Synchronicity (1983), en la implosión del trío y también en la campaña de Sting como solista, quien en este álbum de transición había insistido de manera bienintencionada, tipo Live Aid, con que “un mundo es suficiente para todos”. Quizás en realidad se refería al de él. 


Links:
The Police – Zenyatta Mondatta (1980)
Squeeze – East Side Story (1981)
Men At Work – Cargo (1983)




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buena reseña!
Siempre que escucho The Police me hace acordar a la casa de nando, buenos recuerdos.

Centrofovar dijo...

Jaja es cierto, hay que reconocer a Nando que siempre tuvo la puerta de su casa para nosotros.