Wire es una banda incómoda, dueña de una propuesta densa, compleja, que
nunca pudo ni quiso encajar en los parámetros del mainstream, que jamás tuvo un
hit y que de haberlo tenido, lo hubiese ocultado bajo la alfombra. Fundada a mediados de los setenta, la banda era en principio una más del agitado panorama londinense, bastante tosca por cierto, pero con varios de sus
integrantes formados en escuelas de arte, lo que ayudó a delinear pronto un
perfil diseñado especialmente por el cantante y guitarrista Colin Newman, y el bajista y letrista Graham Lewis. La
pared se completaba con Bruce Gilbert en guitarra y Robert Gotobed en batería.
El celebrado debut Pink Flag (1977) se edita cuando la efervescencia punk ya
mermaba y viraba a rumbos desconocidos. De hecho, a la luz de sus veintiún
canciones, Wire efectivamente parecía un grupo punk, dotado de una musicalidad
económica, vehemente, casi mecánica, perpetrada en ráfagas de menos de un
minuto o poco más. Pero sus tendencias intelectualoides pudieron más que los
impulsos de época, y mientras toda una cultura subterránea vislumbró un rumbo
posible a partir de la radicalidad de esta banda, sobre todo en Norteamérica,
el sucesor traía bajo el brazo otra cosa. Algo que ponía un ojo y medio en los
terrenos más osados de Brian Eno, Neu! y Faust.
Chairs Missing aparece en noviembre de 1978 y, así como presenta signos de
continuidad con la placa anterior, denota una violenta, increíble evolución,
amén de un marcado carácter anticipatorio. El minimalismo sigue siendo
respetado a rajatabla, pero esta vez en función de dar paso a elegantes capas
de sintetizadores, sonidos procesados que entran y salen, guitarras y bajos con
efectos en su ratio máximo, y ritmos precisos que desmienten el amateurismo que
hiciera del disco anterior un tortuoso proceso de selección de las mejores tomas.
Las delicadezas se suceden una tras otra y, como ocurría en Pink Flag, también aquí varias de
ellas son interrumpidas sin aviso. Canciones como “Practice Makes Perfect”, “French Film Blurred”, “Being
Sucked In Again” y “I Am The Fly” marcan el pico del ambiente
pesadillesco que el cuarteto imprime a base de climas opresivos y líricas retorcidas, en tanto que “Heartbeat” y “Outdoor
Miner” dejan entrever apenas un costado pop. Este
último incluso sería estirado para las radios en un intento –fallido– por alentar
una escucha masiva. A esta altura, se hace posible dilucidar no solo a una
generación futura prestando oídos atentos, desde Fugazi y los Pixies hasta
Radiohead, sino que contemporáneos como The Cure o The Fall parecen haberse
sentado más de una vez a deconstruir este álbum.
Por su parte, temas como “Men 2nd”, “Sand In My Joints” y “Too Late” establecen un
nexo evidente con el vértigo de los primeros pasos, lo que no impidió que a poco de su aparición Chairs
Missing dejara a Wire cómodo en el cielo de lo mejor del art rock, compartiendo
el podio con los Talking Heads, Gang of Four o XTC, por mencionar algunos. Pese
a ello, el aval de la EMI era cada vez más precario debido a las módicas ventas y ya
nadie ahí creía que pudieran trascender su estatus de grupo de culto. De hecho, tal vez a modo de respuesta, 154 (1979) representó una especie de no-va-más, una
nueva apertura, desafiante y para muchos superadora de todo lo
anterior. Pero ese va para la próxima.
Eyectado de la compañía, en los primeros 80 el grupo se tomará un descanso para luego volver bajo el amparo
de un nuevo sello (Mute Records) y una marcada tecnificación de su música, que
en principio arrojará muy buenos resultados. Y, tras un silencio casi total
durante los 90, el
nuevo siglo los atrapa en fructífera relación con el presente. Aún conscientes de
su gran legado, reconocido en la obra o en la palabra de decenas de artistas de
los más diversos estilos, la agrupación apuesta
por seguir produciendo obras que en general la muestran en buena forma,
incómoda, densa, cáustica como siempre.
Links:
Wire – Snakedrill (1986)
D.A.F. –
Die Kleinen und die Bösen (1980)
Josef K –
The Only Fun in Town (1981)

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